Reseña Película: Soylent Green (1973)

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Título original: Soylent Green
Año: 1973
Duración: 97 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Richard Fleischer
Con: Charlton Heston, Edward G. Robinson, Leigh Taylor-Young, Chuck Connors
Grado: B-
Reseña: Hugo C

La reseña de hoy contiene al menos un SPOILER. Por otro lado, se trata de una película de hace casi 50 años y ese spoiler es de dominio público, tanto es así que ha aparecido ya hasta en Futurama, así que menos quejas y vamos al tajo. Si alguien aún no sabe de qué están hechas las galletas verdes, saltéese el cuarto párrafo de la reseña, y lo (o la) felicito por haber finalmente salido del coma en el que ha estado durante este último medio siglo.

Ah, y también sería mejor que se saltee el párrafo 11, que ahora que inserté este párrafo de acá, pasa a ser el 12. Y el cuarto párrafo ahora es el quinto. En fin, prosigamos.

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Soylent Green (1973) es una película que vi hace ya algunos años y me gustó. Es lo que se llama una distopía, es decir, un futuro posible pero muy oscuro, como el de Brave New World de Huxley o 1984 de Orwell. Pero el futuro llegó hace rato –como dice la canción de los Redondos– y no ha pasado lo que predecían los libros en cuestión.

¿O sí? Porque uno podría argumentar que si bien las masas no se atiborran con soma, la TV es el estupefaciente más popular en este siglo que vamos transitando, y que los medios de comunicación de hoy reescriben el pasado mejor que lo que hubiera podido soñar el Hermano Mayor.

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Pero, a pesar de los alimentos transgénicos y otras delicias culinarias que actualmente nos ofrecen las multinacionales alimenticias, aún no hemos llegado a la ingestión masiva de galletas confeccionadas con carne humana.

La película se tituló en español Cuando el destino nos alcance, y está ambientada en 2022, es decir, a 50 años vista del momento de su rodaje. Pues bien, estamos ya en la segunda mitad de 2021 y por lo tanto a un tris de que ese destino supuestamente nos alcance. Pues no será así, amiguitos, y por una sencilla razón.

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El escenario que plantea la película se sostiene en una teoría hoy ya desacreditada llamada malthusianismo, que predecía una explosión demográfica tal que eventualmente no cabría ni un alfiler, y no, las cosas no son tan así, ya que Malthus no tomaba en cuenta factores como, entre otros, las guerras, esterilidades, enfermedades y pandemias diversas y las catástrofes naturales, es decir, las cosas que van regulando las cifras de población. Pero bueno, hagamos de cuenta que Malthus tenía razón y sigamos con la película.

Corre el año 2022 y la gente sobra en todas partes, tanto que es como si siempre fuese hora pico. Lo que escasea es la comida, y aparentemente el jabón, ya que todos –o al menos, las masas sudorosas– andan acalorados y con necesidad de un buen baño, como si fuesen extras en un spaghetti western. Incluso hay una escena en la que el protagonista ve un jaboncito y se emociona.

Pero el problema principal es la escasez de alimento. El gobierno se encarga de producir, racionar y repartir unas galletas de colores: los lunes las rojas, los martes las azules, los miércoles las verdes, etcétera. Las más ricas son las verdes, vaya uno a saber por qué, digo yo haciéndome el misterioso.

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Uno de estos desaseados forzosos es Charlton Heston, un policía sudoroso que comparte un cuartucho con Edward G. Robinson, que es un viejo a quien ya le falta poco para la eutanasia. Para tener luz en la habitación tienen que turnarse pedaleando en una bicicleta fija. (Al menos no gastan en electricidad.)

Epa, he insertado dos o tres parrafitos más, así que ya perdí la cuenta de cuál es el párrafo que antes era el 12. En fin.

Al comenzar la película, un asesino penetra en la relativamente espaciosa residencia de un ricachón y lo liquida con una barreta. Charlton Heston llega para investigar el crimen y de paso se embolsa un par de manzanas, uno o dos tomates, una cebolla y un churrasco que estaban en el refrigerador del muerto. También hay una chica, pero fuera del refrigerador, así que a ella no se la lleva.

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El viejo adereza los comestibles confiscados y cocina una especie de tuquito (sin fideos ni nada más) que luego comparte con el policía mientras ambos comentan lo rico que está. Tampoco es para tanto, digo yo, que he estado viendo algunos episodios del programa de Gordon Ramsay en YouTube. (Ya saben, de ese programa en que el tipo va a comer a un restaurante y termina escupiendo la comida y comentando mientras mira a cámara: "Una vergüenza. Correoso, frío. Crudo por dentro y quemado por fuera.")

Pero resulta que el muerto estaba envuelto en alguna clase de conspiración alimenticia y su jefe de seguridad –Chuck Connors, el "hombre del rifle" de la serie de TV– no contesta las preguntas del policía, seguramente por resentimiento, ya que se me hace que el tipo ya le había echado el ojo al churrasco, y no sé si también a los tomatitos. Impertérrito como en el resto de su filmografía, Charlton Heston investiga y finalmente descubre el secreto de la preparación de las galletonas verdes tan ricas. ¿Podrá compartir esa información o terminará formando parte de la receta?

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Dos o tres cosas que me llamaron la atención:

- Los bidones en los que la gente lleva el agua.
- Lo relativamente limpia que está la ropa de todos, siendo que nadie –salvo los ricos– se baña desde hace al menos una década.
- Lo reluciente que está la barreta del asesino, como si recién la hubiera comprado en la ferretería.

Una o dos cosas que me pregunto:

- ¿Las galletonas se entregan sueltas, sin ningún tipo de empaque? ¿No hay inspectores de bromatología o se murieron todos de asco hace décadas?
- ¿Para qué guarda los cubiertos el viejo, si sólo come galletas? ¿Las come con cuchillo y tenedor?

Lo más atractivo de Soylent Green es la premisa. ¿No se mueren de ganas de leer el cuarto párrafo, que ahora es el quinto? Ahí dice de qué estaban hechas las galletas. La película no aclara de qué está hecho el jabón, pero tengo mis sospechas…

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Las actuaciones están bien, hasta ahí, uniformes: todos son de madera, pero casi se diría que le suma al encanto de la película. El único que actúa decentemente es Edward G. Robinson, tal vez porque al momento de filmarse la película se estaba muriendo de cáncer y lo sabía, aunque lo mantuvo en secreto y el resto del elenco se enteró recién luego de su muerte. Supongo que esto terminó por dotar a su actuación de un cierto realismo.

Hay un momento, al final, en el que Charlton Heston despierta de su modorra y grita: "¡Quítame tus sucias zarpas de encima, simio repugnante!" o algo similar pero acerca de las galletas.

En cuanto al ritmo, es más bien lentorro, pero se trata de una película de 1973 y así eran las cosas por aquel entonces. Si se la cruzan en algún canal de cable, no dejen de verla.

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